sábado, 15 de febrero de 2014

Mi padre

Mi padre

Yo tengo en el hogar un soberano,
único a quien venera el alma mía;
es su corona su cabello cano,
la honra su ley y la virtud su guía.
En lentas horas de miseria y duelo,
lleno de firme y varonil constancia,
guarda la fé con que me habló del cielo
en las horas primeras de mi infancia.
La amarga proscripción y la tristeza
en su alma abrieron incurable herida;
es un anciano, y lleva en su cabeza
el polvo del camino de la vida.
Ve del mundo las fieras tempestades,
de la suerte las horas desgraciadas,
y pasa, como cristo el Tiberiades,
de pie sobre las ondas encrespadas.
Seca su llanto, calla sus dolores,
y sólo en el deber sus ojos fijos,
recoge espinas y derrama flores
sobre la senda que trazó a sus hijos.
Me ha dicho: "A quien es bueno, la amargura
jamás en llanto sus mejillas moja:
en el mundo la flor de la ventura
al mas ligero soplo se dehoja.
"Haz el bien sin temer al sacrificio,
el hombre ha de luchar sereno y fuerte,
y halla quien odia la maldad y el vicio
un tálamo de rosas en la muerte.
"Si eres pobre confórmate y sé bueno;
si eres rico protege al desgraciado,
y lo mismo en tu hogar que en el ajeno
guarda tu honor para vivir honrado."
"Ama la libertad, libre es el hombre
y su juez más severo es la conciencia;
tanto como tu honor guarda tu nombre,
pues mi nombre y mi honor forman tu herencia".
Este código augusto, en mi alma pudo
desde que lo escuché, quedar grabado;
en todas las tormentas fue mi escudo,
de todas las borrascas me ha salvado.
Mi padre tiene en su mirar sereno
reflejo fiel de su conciencia honrada;
¡cuánto consejo cariñoso y bueno
sorprendo en el fulgor de su mirada!
La nobleza del alma es su nobleza;
la gloria del deber forma su gloria;
es pobre, pero encierra su pobreza
la página más grande de su historia.
Siendo el culto de mi alma su cariño,
la suerte quiso que al honrar su nombre,
fuera el amor que me inspiró de niño
la más sagrada inspiración del hombre.
Quiera el cielo que el canto que me inspira
siempre sus ojos con amor lo vean,
y de todos los versos de mi lira
éstos los dignos de su nombre sean.



              Juan de Dios Peza

De mis favoritos

NOCTURNO
Tengo esta noche las manos negras, el corazón sudado
como después de luchar hasta el olvido con los ciempiés del humo.
Todo ha quedado allá, las botellas, el barco,
no sé si me querían, y si esperaban verme.
En el diario tirado sobre la cama dice encuentros diplomáticos,
una sangría exploratoria lo batió alegremente en cuatro sets.
Un bosque altísimo rodea esta casa en el centro de la ciudad,
yo sé, siento que un ciego está muriéndose en las cercanías.
Mi mujer sube y baja una pequeña escalera
como un capitán de navío que desconfía de las estrellas.
Hay una taza de leche, papeles, las once de la noche.
Afuera parece como si multitudes de caballos se acercaran
a la ventana que tengo a mi espalda.

(esto de los caballos me recuerda a cierto relato)    


Julio Cortázar

Amiga a la que amo


Amiga a la que amo: no envejezcas.
Que se detenga el tiempo sin tocarte;
que no te quite el manto
de la perfecta juventud. Inmóvil
junto a tu cuerpo de muchacha dulce
quede, al hallarte, el tiempo.

Si tu hermosura ha sido
la llave del amor, si tu hermosura
con el amor me ha dado
la certidumbre de la dicha,
la compañía sin dolor, el vuelo,
guárdate hermosa, joven siempre.

No quiero ni pensar lo que tendría
de soledad mi corazón necesitado,
si la vejez dañina, perjuiciosa
cargara en ti la mano,
y mordiera tu piel, desvencijara
tus dientes, y la música
que mueves, al moverte, deshiciera.

Guárdame siempre en la delicia
de tus dientes parejos, de tus ojos,
de tus olores buenos,
de tus brazos que me enseñas
cuando a solas conmigo te has quedado
desnuda toda, en sombras,
sin más luz que la tuya,
porque tu cuerpo alumbra cuando amas,
más tierna tú que las pequeñas flores
con que te adorno a veces.

Guárdame en la alegría de mirarte
ir y venir en ritmo, caminando
y, al caminar, meciéndote
como si regresaras de la llave del agua
llevando un cántaro en el hombro.

Y cuando me haga viejo,
y engorde y quede calvo, no te apiades
de mis ojos hinchados, de mis dientes
postizos, de las canas que me salgan
por la nariz. Aléjame,
no te apiades, destiérrame, te pido;
hermosa entonces, joven como ahora,
no me ames: recuérdame
tal como fui al cantarte, cuando era
yo tu voz y tu escudo,
y estabas sola, y te sirvió mi mano.

            Rúben Bonifaz Nuño

Es Olvido

Juro que no recuerdo ni su nombre, 
mas moriré llamándola María, 
no por simple capricho de poeta: 
por su aspecto de plaza de provincia. 
¡Tiempos aquellos!, yo un espantapájaros, 
ella una joven pálida y sombría. 
Al volver una tarde del Liceo 
supe de la su muerte inmerecida, 
nueva que me causó tal desengaño 
que derramé una lágrima al oírla. 
Una lágrima, sí, ¡quién lo creyera!, 
y eso que soy persona de energía. 
Si he de conceder crédito a lo dicho 
por la gente que trajo la noticia 
debo creer, sin vacilar un punto, 
que murió con mi nombre en las pupilas, 
hecho que me sorprende, porque nunca 
fue para mí otra cosa que una amiga. 
Nunca tuve con ella más que simples 
relaciones de estricta cortesía, 
nada más que palabras y palabras 
y una que otra mención de golondrinas. 
La conocí en mi pueblo (de mi pueblo 
sólo queda un puñado de cenizas), 
pero jamás vi en ella otro destino 
que el de una joven triste y pensativa. 
Tanto fue así que hasta llegué a tratarla 
con el celeste nombre de María, 
circunstancia que prueba claramente 
la exactitud central de mi doctrina. 
Puede ser que una vez la haya besado,
¡quién es el que no besa a sus amigas!, 
pero tened presente que lo hice 
sin darme cuenta bien de lo que hacía. 
No negaré, eso sí, que me gustaba 
su inmaterial y vaga compañía 
que era como el espíritu sereno 
que a las flores domésticas anima. 
Yo no puedo ocultar de ningún modo 
la importancia que tuvo su sonrisa 
ni desvirtuar el favorable influjo 
que hasta en las mismas piedras ejercía. 
Agreguemos, aún, que de la noche 
fueron sus ojos fuente fidedigna. 
Mas, a pesar de todo, es necesario 
que comprendan que yo no la quería 
sino con ese vago sentimiento 
con que a un pariente enfermo se designa. 
Sin embargo sucede, sin embargo, 
lo que a esta fecha aún me maravilla, 
ese inaudito y singular ejemplo 
de morir con mi nombre en las pupilas, 
ella, múltiple rosa inmaculada, 
ella que era una lámpara legítima. 
Tiene razón, mucha razón, la gente 
que se pasa quejando noche y día 
de que el mundo traidor en que vivimos 
vale menos que rueda detenida: 
mucho más honorable es una tumba, 
vale más una hoja enmohecida, 
nada es verdad, aquí nada perdura, 
ni el color del cristal con que se mira.

Hoy es un día azul de primavera, 
creo que moriré de poesía, 
de esa famosa joven melancólica 
no recuerdo ni el nombre que tenía. 
Sólo sé que pasó por este mundo
como una paloma fugitiva:
la olvidé sin quererlo, lentamente,
como todas las cosas de la vida.

                            Nicanor Parra