sábado, 15 de febrero de 2014

De mis favoritos

NOCTURNO
Tengo esta noche las manos negras, el corazón sudado
como después de luchar hasta el olvido con los ciempiés del humo.
Todo ha quedado allá, las botellas, el barco,
no sé si me querían, y si esperaban verme.
En el diario tirado sobre la cama dice encuentros diplomáticos,
una sangría exploratoria lo batió alegremente en cuatro sets.
Un bosque altísimo rodea esta casa en el centro de la ciudad,
yo sé, siento que un ciego está muriéndose en las cercanías.
Mi mujer sube y baja una pequeña escalera
como un capitán de navío que desconfía de las estrellas.
Hay una taza de leche, papeles, las once de la noche.
Afuera parece como si multitudes de caballos se acercaran
a la ventana que tengo a mi espalda.

(esto de los caballos me recuerda a cierto relato)    


Julio Cortázar

Amiga a la que amo


Amiga a la que amo: no envejezcas.
Que se detenga el tiempo sin tocarte;
que no te quite el manto
de la perfecta juventud. Inmóvil
junto a tu cuerpo de muchacha dulce
quede, al hallarte, el tiempo.

Si tu hermosura ha sido
la llave del amor, si tu hermosura
con el amor me ha dado
la certidumbre de la dicha,
la compañía sin dolor, el vuelo,
guárdate hermosa, joven siempre.

No quiero ni pensar lo que tendría
de soledad mi corazón necesitado,
si la vejez dañina, perjuiciosa
cargara en ti la mano,
y mordiera tu piel, desvencijara
tus dientes, y la música
que mueves, al moverte, deshiciera.

Guárdame siempre en la delicia
de tus dientes parejos, de tus ojos,
de tus olores buenos,
de tus brazos que me enseñas
cuando a solas conmigo te has quedado
desnuda toda, en sombras,
sin más luz que la tuya,
porque tu cuerpo alumbra cuando amas,
más tierna tú que las pequeñas flores
con que te adorno a veces.

Guárdame en la alegría de mirarte
ir y venir en ritmo, caminando
y, al caminar, meciéndote
como si regresaras de la llave del agua
llevando un cántaro en el hombro.

Y cuando me haga viejo,
y engorde y quede calvo, no te apiades
de mis ojos hinchados, de mis dientes
postizos, de las canas que me salgan
por la nariz. Aléjame,
no te apiades, destiérrame, te pido;
hermosa entonces, joven como ahora,
no me ames: recuérdame
tal como fui al cantarte, cuando era
yo tu voz y tu escudo,
y estabas sola, y te sirvió mi mano.

            Rúben Bonifaz Nuño

Es Olvido

Juro que no recuerdo ni su nombre, 
mas moriré llamándola María, 
no por simple capricho de poeta: 
por su aspecto de plaza de provincia. 
¡Tiempos aquellos!, yo un espantapájaros, 
ella una joven pálida y sombría. 
Al volver una tarde del Liceo 
supe de la su muerte inmerecida, 
nueva que me causó tal desengaño 
que derramé una lágrima al oírla. 
Una lágrima, sí, ¡quién lo creyera!, 
y eso que soy persona de energía. 
Si he de conceder crédito a lo dicho 
por la gente que trajo la noticia 
debo creer, sin vacilar un punto, 
que murió con mi nombre en las pupilas, 
hecho que me sorprende, porque nunca 
fue para mí otra cosa que una amiga. 
Nunca tuve con ella más que simples 
relaciones de estricta cortesía, 
nada más que palabras y palabras 
y una que otra mención de golondrinas. 
La conocí en mi pueblo (de mi pueblo 
sólo queda un puñado de cenizas), 
pero jamás vi en ella otro destino 
que el de una joven triste y pensativa. 
Tanto fue así que hasta llegué a tratarla 
con el celeste nombre de María, 
circunstancia que prueba claramente 
la exactitud central de mi doctrina. 
Puede ser que una vez la haya besado,
¡quién es el que no besa a sus amigas!, 
pero tened presente que lo hice 
sin darme cuenta bien de lo que hacía. 
No negaré, eso sí, que me gustaba 
su inmaterial y vaga compañía 
que era como el espíritu sereno 
que a las flores domésticas anima. 
Yo no puedo ocultar de ningún modo 
la importancia que tuvo su sonrisa 
ni desvirtuar el favorable influjo 
que hasta en las mismas piedras ejercía. 
Agreguemos, aún, que de la noche 
fueron sus ojos fuente fidedigna. 
Mas, a pesar de todo, es necesario 
que comprendan que yo no la quería 
sino con ese vago sentimiento 
con que a un pariente enfermo se designa. 
Sin embargo sucede, sin embargo, 
lo que a esta fecha aún me maravilla, 
ese inaudito y singular ejemplo 
de morir con mi nombre en las pupilas, 
ella, múltiple rosa inmaculada, 
ella que era una lámpara legítima. 
Tiene razón, mucha razón, la gente 
que se pasa quejando noche y día 
de que el mundo traidor en que vivimos 
vale menos que rueda detenida: 
mucho más honorable es una tumba, 
vale más una hoja enmohecida, 
nada es verdad, aquí nada perdura, 
ni el color del cristal con que se mira.

Hoy es un día azul de primavera, 
creo que moriré de poesía, 
de esa famosa joven melancólica 
no recuerdo ni el nombre que tenía. 
Sólo sé que pasó por este mundo
como una paloma fugitiva:
la olvidé sin quererlo, lentamente,
como todas las cosas de la vida.

                            Nicanor Parra

sábado, 4 de enero de 2014

Eólica Por Dolores castro

No parece dejar huella de sí
y sí cavó rendijas en mi pecho
el aire:
suspiró en los rincones
del alma de la carne
con deslumbrantes relampagueos,
corpúsculos de sombra
-
Y toques de queda
que desenvuelve,
que viene arrastrando
desde abismos
del cielo
el aire, sí.
-

Intelectuales S.A.

Mientras tú trabajas,
yo pienso por ti.

Y si tú sufres,
yo sufro por ti.

Y si tú no comes,
yo ya comí.

Y si te matan
Yo no morí.


                                                           Por Dolores Castro

Libros...

http://www.ortografiaygramatica.com/2013/08/10-libros-gratis-actualizado.html

lunes, 9 de diciembre de 2013

Algo le duele al aire

Algo le duele al aire,
del aroma al hedor.
      Algo le duele
cuando arrastra, alborota
del herido la carne,
la sangre derramada,
el polvo vuelto al polvo
de los huesos.
         Cómo sopla y aúlla,
como que canta
pero algo le duele.
              Algo le duele al aire
entre las altas frondas
de los árboles altos.
                 Cuando doliente aún
entra por las rendijas
de mi ventana,
de cuanto él se duele
algo me duele a mí,
algo me duele.
               de Dolores Castro

Los dos

El amor pudo ser lo que esperábamos para permanecer juntos, 
a la mañana siguiente donde el lugar tibio se convertía en la pista de hielo de cualquier historia,
mis manos seguían ceñidas a una silueta desgastada por la falta de compromiso.
Mencione que pude haberte amado. 
En alguna noche obscura
cuyos ecos de palabras solo buscaban la luz,
que no éramos capaces de darnos, surgió la duda.
La cuidamos tanto, que se quedo con cada uno de nosotros y ahora me acompaña.
                        Esperanza Solís

viernes, 18 de octubre de 2013

MUERTE SIN FIN    José Gorostiza
(fragmentos)
I
Lleno de mí, sitiado en mi epidermis
por un dios inasible que me ahoga,
mentido acaso
por su radiante atmósfera de luces
que oculta mi conciencia derramada,
mis alas rotas en esquirlas de aire,
mi torpe andar a tientas por el lodo;
lleno de mí -ahíto--me descubro
en la imagen atónita del agua,
que tan sólo es un tumbo inmarcesible,
un desplome de ángeles caídos
a la delicia intacta de su peso,
que nada tiene
sino la cara en blanco
hundida a medias, ya, como una risa agónica,
en las tenues holandas de la nube
y en los funestos cánticos del mar
--más resabio de sal o albor de cúmulo
que sola prisa de acosada espuma.

No obstante --oh paradoja-- constreñida
por el rigor del vaso que la aclara,
el agua toma forma.

En él se asienta, ahonda y edifica,
cumple una edad amarga de silencios
y un reposo gentil de muerte niña,
sonriente, que desflora
un más allá de pájaros
en desbandada.

En la red de cristal que la estrangula,
allí, como en el agua de un espejo,
se reconoce;
atada allí, gota a gota,
marchito el tropo de espuma en la garganta,
¡qué desnudez de agua tan intensa,
qué agua tan agua,
está en su orbe tornasol soñando,
cantando ya una sed de hielo justo!

¡Mas qué vaso -también-- más providente
éste que así se hinche
como una estrella en grano,
que así, en heroica promisión, se enciende
como un seno habitado por la dicha,
y rinda así, puntual,
una rotunda flor
de transparencia al agua,
un ojo proyectil que cobra alturas
y una ventana a gritos luminosos
sobre esa libertad enardecida
que se agobia de cándidas prisiones!

[...]


IV

¡Oh inteligencia, soledad en llamas,
que todo lo concibe sin crearlo!

Finge el calor del lodo,
su emoción de sustancia adolorida,
el iracundo amor que lo embellece
y lo encumbra más allá de las alas
a donde sólo el ritmo
de los luceros llora,
mas no le infunde el soplo que lo pone en pie
y permanece recreándose en sí misma,
única en Él, inmaculada, sola en Él,
reticencia indecible,
amoroso temor de la materia,
angélico egoísmo que se escapa
como un grito de júbilo sobre la muerte
--¡oh inteligencia, páramo de espejos!
helada emanación de rosas pétreas
en la cumbre de un tiempo paralítico;
pulso sellado;
como una red de arterias temblorosas,
hermético sistema de eslabones
que apenas se apresura o se retarda
según la intensidad de su deleite;
abstinencia angustiosa
que presume el dolor y no lo crea,
que escucha ya en la estepa de sus tímpanos
retumbar el gemido del lenguaje
y no lo emite;
que nada más absorbe las esencias
y se mantiene así, rencor sañudo,
una, exquisita, con su dios estéril,
sin alzar entre ambos
la sorda pesadumbre de la carne,
sin admitir en su unidad perfecta
el escarnio brutal de esa discordia
que nutren vida y muerte inconciliables,
siguiéndose una a otra
como el día y la noche,
una y otra acampadas en la célula
como en un tardo tiempo de crepúsculo,
ay, una nada más, estéril, agria,
con Él, conmigo, con nosotros tres;
como el vaso y el agua, sólo una
que reconcentra su silencio blanco
en la orilla letal de la palabra
y en la inminencia misma de la sangre.
¡Aleluya, aleluya!