viernes, 28 de noviembre de 2014

Una carta a Dios de Gregorio López y Fuentes

UNA CARTA A DIOS

La casa -única en todo el valle- estaba subida en uno de esos cerros truncados que, a manera de pirámides rudimentarias, dejaron algunas tribus al continuar sus peregrinaciones... Entre las matas del maíz, el frijol con su florecilla morada, promesa inequívoca de una buena cosecha.
Lo único que estaba haciendo falta a la tierra era una lluvia, cuando menos un fuerte aguacero, de esos que forman charcos entre los surcos. Dudar de que llovería hubiera sido lo mismo que dejar de creer en la experiencia de quienes, por tradición, enseñaron a sembrar en determinado día del año.
Durante la mañana, Lencho -conocedor del campo, apegado a las viejas costumbres y creyente a puño cerrado- no había hecho más que examinar el cielo por el rumbo del noreste.
-Ahora sí que se viene el agua, vieja.
Y la vieja, que preparaba la comida, le respondió:
-Dios lo quiera.
Los muchachos más grandes limpiaban de hierba la siembra, mientras que los más pequeños correteaban cerca de la casa, hasta que la mujer les gritó a todos:
-Vengan que les voy a dar en la boca...
Fue en el curso de la comida cuando, como lo había asegurado Lencho, comenzaron a caer gruesas gotas de lluvia. Por el noreste se veían avanzar grandes montañas de nubes. El aire olía a jarro nuevo.
-Hagan de cuenta, muchachos -exclamaba el hombre mientras sentía la fruición de mojarse con el pretexto de recoger algunos enseres olvidados sobre una cerca de piedra-, que no son gotas de agua las que están cayendo: son monedas nuevas: las gotas grandes son de a diez y las gotas chicas son de a cinco...
Y dejaba pasear sus ojos satisfechos por la milpa a punto de jilotear, adornada con las hileras frondosas del frijol, y entonces toda ella cubierta por la transparente cortina de la lluvia. Pero, de pronto, comenzó a soplar un fuerte viento y con las gotas de agua comenzaron a caer granizos tan grandes como bellotas. Esos sí que parecían monedas de plata nueva. Los muchachos, exponiéndose a la lluvia, correteaban y recogían las perlas heladas de mayor tamaño.
-Esto sí que está muy malo -exclamaba el hombre- ojalá que pase pronto...
No pasó pronto. Durante una hora, el granizo apedreó la casa, la huerta, el monte, la milpa y todo el valle. El campo estaba tan blanco que parecía una salina. Los árboles, deshojados. El maíz, hecho pedazos.
El frijol, sin una flor. Lencho, con el alma llena de tribulaciones.
Pasada la tormenta, en medio de los surcos, decía a sus hijos:
-Más hubiera dejado una nube de langosta... El granizo no ha dejado nada: ni una sola mata de maíz dará una mazorca, ni una mata de frijol dará una vaina...
La noche fue de lamentaciones:
-¡Todo nuestro trabajo, perdido!
-¡Y ni a quién acudir!
-Este año pasaremos hambre...
Pero muy en el fondo espiritual de cuantos convivían bajo aquella casa solitaria en mitad del valle, había una esperanza: la ayuda de Dios.
-No te mortifiques tanto, aunque el mal es muy grande. ¡Recuerda que nadie se muere de hambre!
-Eso dicen: nadie se muere de hambre...
Y mientras llegaba el amanecer, Lencho pensó mucho en lo que había visto en la iglesia del pueblo los domingos: un triángulo y dentro del triángulo un ojo, un ojo que parecía muy grande, un ojo que, según le habían explicado, lo mira todo, hasta lo que está en el fondo de las conciencias.
Lencho era hombre rudo y él mismo solía decir que el campo embrutece, pero no lo era tanto que no supiera escribir. Ya con la luz del día y aprovechando la circunstancia de que era domingo, después de haberse afirmado en su idea de que sí hay quien vele por todos, se puso a escribir una carta que él mismo llevaría al pueblo para echarla al correo.
Era nada menos que una carta a Dios.
“Dios -escribió-, si no me ayudas pasaré hambre con todos los míos, durante este año: necesito cien pesos para volver a sembrar y vivir mientras viene la otra cosecha, pues el granizo...”
Rotuló el sobre “A Dios”, metió el pliego y, aún preocupado, se dirigió al pueblo. Ya en la oficina de correos, le puso un timbre a la carta y echó esta en el buzón.
Un empleado, que era cartero y todo en la oficina de correos, llegó riendo con toda la boca ante su jefe: le mostraba nada menos que la carta dirigida a Dios. Nunca en su existencia de repartidor había conocido ese domicilio. El jefe de la oficina -gordo y bonachón- también se puso a reír, pero bien pronto se le plegó el entrecejo y, mientras daba golpecitos en su mesa con la carta, comentaba:
-¡La fe! ¡Quién tuviera la fe de quien escribió esta carta! ¡Creer como él cree! ¡Esperar con la confianza con que él sabe esperar! ¡Sostener correspondencia con Dios!
Y, para no defraudar aquel tesoro de fe, descubierto a través de una carta que no podía ser entregada, el jefe postal concibió una idea: contestar la carta. Pero una vez abierta, se vio que contestar necesitaba algo más que buena voluntad, tinta y papel. No por ello se dio por vencido: exigió a su empleado una dádiva, él puso parte de su sueldo y a varias personas les pidió su óbolo “para una obra piadosa”.
Fue imposible para él reunir los cien pesos solicitados por Lencho, y se conformó con enviar al campesino cuando menos lo que había reunido: algo más que la mitad. Puso los billetes en un sobre dirigido a Lencho y con ellos un pliego que no tenía más que una palabra a manera de firma: DIOS.
Al siguiente domingo Lencho llegó a preguntar, más temprano que de costumbre, si había alguna carta para él. Fue el mismo repartidor quien le hizo entrega de la carta, mientras que el jefe, con la alegría de quien ha hecho una buena acción, espiaba a través de un vidrio raspado, desde su despacho.
Lencho no mostró la menor sorpresa al ver los billetes -tanta era su seguridad-, pero hizo un gesto de cólera al contar el dinero... ¡Dios no podía haberse equivocado, ni negar lo que se le había pedido!
Inmediatamente, Lencho se acercó a la ventanilla para pedir papel y tinta. En la mesa destinada al público, se puso a escribir, arrugando mucho la frente a causa del esfuerzo que hacía para dar forma legible a sus ideas. Al terminar, fue a pedir un timbre el cual mojó con la lengua y luego aseguró de un puñetazo.
En cuanto la carta cayó al buzón, el jefe de correos fue a recogerla. Decía:
“Dios: Del dinero que te pedí, solo llegaron a mis manos sesenta pesos. Mándame el resto, que me hace mucha falta; pero no me lo mandes por conducto de la oficina de correos, porque los empleados son muy ladrones. Lencho”

Con los ojos cerrados  empecé a escuchar las nubes, fueron tan fuertes sus gritos que abrí  uno a uno por el temor de la luz. La sorpresa fue infinita cuando tu imagen pasaba enfrente de mi.

miércoles, 30 de julio de 2014

No es nostalgia, es solo que te extraño...amor no tan mío.

El Futuro, Julio Cortázar

Y sé muy bien que no estarás.
No estarás en la calle,
en el murmullo que brota de noche
de los postes de alumbrado,
ni en el gesto de elegir el menú,
ni en la sonrisa que alivia
los completos de los subtes,
ni en los libros prestados
ni en el hasta mañana.
No estarás en mis sueños,
en el destino original
de mis palabras,
ni en una cifra telefónica estarás
o en el color de un par de guantes
o una blusa.
Me enojaré amor mío,
sin que sea por ti,
y compraré bombones
pero no para ti,
me pararé en la esquina
a la que no vendrás,
y diré las palabras que se dicen
y comeré las cosas que se comen
y soñaré las cosas que se sueñan
y sé muy bien que no estarás,
ni aquí adentro, la cárcel
donde aún te retengo,
ni allí fuera, este río de calles
y de puentes.
No estarás para nada,
no serás ni recuerdo,
y cuando piense en ti
pensaré un pensamiento
que oscuramente
trata de acordarse de ti.

martes, 29 de julio de 2014

Frases de mujeres








Trato de convencerme a mi misma.

De Sor Juana Inés de la Cruz

Amor Importuno
Dos dudas en que escoger
Tengo, y no se a cual prefiera,
Pues vos sentís que no quiera
Y yo sintiera querer.

Con que si a cualquiera lado
Quiero inclinarme, es forzoso
Quedando el uno gustoso
Que otro quede disgustado.

Si daros gusto me ordena
La obligación, es injusto
Que por daros a vos gusto
Haya yo de tener pena.

Y no juzgo que habrá quien
Apruebe sentencia tal,
Como que me trate mal
Por trataros a vos bien.

Mas por otra parte siento
Que es también mucho rigor
Que lo que os debo en amor
Pague en aborrecimiento.

Y aun irracional parece
Este rigor, pues se infiere,
Si aborrezco a quien me quiere
¿qué haré con quien aborrezco?

No se como despacharos,
Pues hallo al determinarme
Que amaros es disgustarme
Y no amaros disgustaros;

Pero dar un medio justo
En estas dudas pretendo,
Pues no queriendo, os ofendo,
Y queriéndoos me disgusto.

Y sea esta la sentencia,
Porque no os podáis quejar,
Que entre aborrecer y amar
Se parta la diferencia,

De modo que entre el rigor
Y el llegar a querer bien,
Ni vos encontréis desdén
Ni yo pueda encontrar amor.

Esto el discurso aconseja,
Pues con esta conveniencia
Ni yo quedo con violencia
Ni vos os partís con queja.

Y que estaremos infiero
Gustosos con lo que ofrezco;
Vos de ver que no aborrezco,
Yo de saber que no quiero.

Sólo este medio es bastante
A ajustarnos, si os contenta,
Que vos me logréis atenta
Sin que yo pase a lo amante,

Y así quedo en mi entender
Esta vez bien con los dos;
Con agradecer, con vos;
Conmigo, con no querer.

Que aunque a nadie llega a darse
En este gusto cumplido,
Ver que es igual el partido
Servirá de resignarse.

Me he vuelto a encontrar a Francis Ponge



El agua se me escapa... se me escurre entre los dedos. ¡Y no sólo eso! Ni siquiera resulta tan limpia (como un lagarto o una rana): me deja huellas en las manos, manchas que tardan relativamente mucho en desaparecer o que tengo que secar. Se me escapa, y sin embargo me marca; y poca cosa puedo hacer en contra.
Francis Ponge“El agua” (versión de J. L. Borges)



http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/articulo.php?publicacion=14&art=308&sec=Columnistas

jueves, 3 de abril de 2014

Frases...

http://mexico.cnn.com/entretenimiento/2014/03/31/100-frases-de-octavio-paz-para-celebrar-100-anos-de-poemas-ensayos-y-mas


miércoles, 2 de abril de 2014

Entre tareas y felicitaciones, encuentro un excelente trabajo y se doy a conocer

Itzcuintlán                          Por Olmo I. Martínez Gómez

La vinculación entre literatura y movimientos sociales se ha producido en Hispanoamérica desde fechas muy tempranas. La revolución mexicana, que inició al finalizar la primera década del siglo XX, fue el acontecimiento que provocó la aparición de un sinnúmero de obras extraordinarias. El inicio del fenómeno literario fue muy próximo al estallido del gran levantamiento y continuó, incluso hasta nuestros días. Prueba de ello son obras, como las de José Revueltas, Carlos Fuentes, Elena Poniatowska o Paco Ignacio Taibo II. En 1941 Ernest Moore documentó la existencia de 300 novelas; la cifra sigue aumentando.

Los de abajo, publicada en forma de folletín en un periódico de El Paso (El Paso del Norte) y como libro el siguiente año (1916), es la obra más significativa del jalisciense Mariano Azuela. Según Seymour Menton, Los de abajo se encuentra entre las mejores novelas mexicanas del siglo XX[1]. Sin duda, Azuela rompió con el paradigma literario de la época, pues no sólo fue la primera novela revolucionaria, sino que también innovó gracias a la técnica con la que plasmó la realidad. A pesar de que podría considerarse como una novela distópica, Azuela no se aleja de la funesta realidad que atravesaba la sociedad mexicana durante la Revolución; “una explosión de la realidad”, como la denominó Octavio Paz[2]. Es precisamente a partir de la sociedad de donde partiremos para realizar este análisis.

La novela nos narra a través de un narrador omnisciente, que es Azuela,  la historia de Demetrio Macías, un hombre de pueblo que es sustraído por el huracán revolucionario. Desde la primera página se desarrolla la acción con un desafortunado suceso, el cual termina por desencadenar el porvenir del protagonista: la vida del guerrillero solidario con los humillados, con los de abajo. Al igual que novelas posteriores como La muerte de Artemio Cruz o Los relámpagos de agosto, la novela de Azuela es una crítica a los verdaderos ideales que predominaron durante la Revolución: la ambición y el bienestar propio.

Por un lado, Zum Felde afirma que el funcionamiento intelectual latinoamericano, como el ensayo y la novela, está vinculado a su realidad sociológica. La única diferencia entre estos géneros literarios prevalece en las formas.[3] Por otro lado, para Dessau, “mediante la ontología nacional se elimina toda diferencia de clases”[4], pues el carácter del mexicano es la consecuencia de un destino histórico superior a su voluntad. Desde la clase obrera hasta la burguesía comparten la susceptibilidad y el individualismo; reacción instintiva frente al complejo de inferioridad. Samuel Ramos comparte el mismo planteamiento:

Sostengo que algunas expresiones del carácter mexicano son maneras de compensar un sentimiento inconsciente de inferioridad […] Encontré un tipo popular, “el pelado”, cuyo comportamiento para compensar el sentido de inferioridad corresponde con exactitud, a lo que Adler ha llamado “la protesta viril” […] Por otra parte, en un numeroso grupo de individuos que pertenecen a todas las clases sociales se observan rasgos de carácter como la desconfianza, la agresividad y la susceptibilidad, que sin duda obedecen a una misma causa.[5]
                                
Es por ello que podemos considerar que la novela revolucionaria es un análisis de la sociedad mexicana desde el escepticismo y el desengaño. Una crítica a la dicotomía civilización-barbarie. A pesar de tantas guerras civiles, la situación se mantiene; pareciera que el infortunio es inherente a la mexicanidad. Sin embargo, para bien o para mal, siempre olvidamos las desgracias y volvemos al eterno conflicto de que la palabra de cada mexicano siempre será la ley. La tregua perdura hasta que oigamos ladrar los perros.










BIBLIOGRAFÍA



AZUELA, Mariano. Los de abajo. México: CFE, 2002.
DESSAU, Adalbert. La novela de la Revolución Mexicana. México: FCE, 1972.
FELDE, Zum. Índice crítico de la literatura hispanoamericana: la ensayística. México:              Guarania, 1954.
MENTON, Seymour. La novela colombiana: planetas y satélites. México: FCE, 2007.
PAZ, Octavio. El laberinto de la soledad. Madrid: Cátedra, 2003.
RAMOS, Samuel. El perfil del hombre y la cultura en México. México: Espasa, 2005.

BIBLIOGRAFÍA ADICIONAL



FRANCO, Jean. Lectura sociocrítica de la obra novelística de Agustín Yáñez. México:    UNED, 1988.
RAMA, Ángel. Transculturación narrativa en América Latina. México: Siglo XXI, 2004.




[1] Cf. Seymour Menton. La novela colombiana: planetas y satélites. México: FCE, 2007. p. 159
[2] Cf. Octavio Paz. El laberinto de la soledad. Madrid: Cátedra, 2003. p.127.
[3] Cf. Zum Felde. Índice crítico de la literatura hispanoamericana: la ensayística. México, Guarania, 1954. p. 9.
[4] Cf. Adalbert Dessau. La novela de la Revolución Mexicana. México: FCE, 1972. p. 97.
[5] Cf. Samuel Ramos. El perfil del hombre y la cultura en México. México: Espasa, 2005. pp. 14-15.

La vista

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